Madrid es la única capital europea de origen y nombre árabes. En efecto, Madrid —Maŷrit— fue en sus primeros 200 años de vida una pequeña ciudad de los confines del mundo araboislámico medieval, construida por los omeyas de Córdoba a mediados del siglo IX para defender la frontera norte de al-Ándalus. Después de su conquista e incorporación a Castilla en el 1085, aún existió durante más de 500 años una significativa minoría musulmana en la ciudad. Sin embargo, la ausencia de un legado monumental similar al que existe en otras ciudades andalusíes y la reinvención consciente del pasado de Madrid una vez convertida en capital (pues se consideraba poco adecuado que la capital de la Monarquía católica hubiera empezado siendo una pequeña población musulmana) facilitaron que este legado histórico quedara en penumbra hasta casi desaparecer de la memoria de los madrileños.
Una gran parte de esta obra colectiva, en la que participan 23 especialistas, se dedica específicamente a aquel Madrid árabe: las circunstancias de la fundación de la medina de Mayrit, su importancia defensiva y administrativa, su presencia en las fuentes históricas árabes, su desarrollo urbano, sus restos arqueológicos, datos sobre los primeros madrileños conocidos —como el famoso astrónomo Maslama al-Mayriti— y la supervivencia del islam en la ciudad tras la conquista cristiana, hasta su definitiva liquidación en el siglo xvii.
Después, entrando a veces en el terreno de la microhistoria, se rescatan algunas situaciones, personajes e instituciones que ilustran las relaciones puntuales pero ininterrumpidas de Madrid con lo árabe a través de los siglos, una relación que concierne de un modo muy especial, aunque no exclusivo, a Marruecos. Así, el libro nos descubre, por ejemplo, que la madrileña calle del Príncipe debe su nombre al que fue uno de sus más ilustres residentes: el príncipe saadí Mulay ash-Shaij, bautizado como Felipe de África, caballero de Santiago y célebre personaje de la alta sociedad madrileña del tiempo de los Austrias, que acogió a otros ilustres exiliados norteafricanos. Descubrimos también que el personaje de Gacel que creó el escritor romántico José Cadalso se inspira en uno de los muchos embajadores marroquíes que visitó la corte: Ahmad ibn Mahdi al-Gazzal, cuyo cortejo impresionó enormemente a los madrileños en 1766. Varios de estos embajadores dejaron escritos sus relatos de viajes, que proporcionan una curiosa visión de la ciudad de la época, al igual que los relatos de los diferentes viajeros románticos que, a caballo entre los siglos xix y xx, pasaron por Madrid cuando buscaban en España la huella de al-Ándalus.
Desfilan también por las páginas del libro estudiantes como M’hamed el Jattabi, hermano pequeño de Abdelkrim, quien antes de unirse a la sublevación rifeña fue huésped de la Residencia de Estudiantes; y encontramos también a los becados del Internado Hispano-Marroquí, una institución ligada al Ramiro de Maeztu que estuvo muy vinculada al nacimiento del club de baloncesto Estudiantes. La guerra civil, como es sabido, llevó hasta Madrid a las tropas marroquíes del ejército franquista, algunas de las cuales constituirían luego la célebre Guardia Mora que durante años dio un toque colonial a las calles de la capital. Lo que no es tan conocido es que también hubo árabes defendiendo la República, como el palestino Nayati Sidqi, que recogió su odisea madrileña en unas curiosas memorias. Madrid también acogió, por un tiempo, a dos de los más grandes poetas árabes contemporáneos: Nizar Qabbani y Abd al-Wahhab al-Bayati, que le dedicaron algunos de sus versos.
Se habla asimismo de la gran colección de manuscritos árabes de El Escorial, de las importantes colecciones numismáticas o del gusto romántico que sembró Madrid de imponentes edificios de aire neoárabe en los albores del siglo xx. También de las instituciones de estudios árabes o de cooperación cultural con el mundo árabe que se han desarrollado en la capital, desde el Hogar Árabe de los años de la República a la actual Casa Árabe, pasando por el Instituto Egipcio, el Instituto Hispano-Árabe o la Biblioteca Islámica entre otras.
Y así llegamos al Madrid del siglo xxi, que poco tiene que ver con el del siglo ix, salvo porque las recientes décadas de apertura al mundo y recepción de inmigración han propiciado que la lengua árabe y otras manifestaciones culturales árabo-musulmanas, tras siglos de ausencia, hayan vuelto a formar parte del paisaje y la identidad de Madrid como lo hicieron en los orígenes.